CAPULLITO
Los privilegios se adueñaron de mí desde el día de
mi gestación; mi madre, al enterarse de mi presencia en su vida, en el mismo
instante decía que se sentía diferente, que una extraña y hermosa sensación la
invadía. A partir de ese momento se iniciaron los preparativos para mi
nacimiento. Mamá comentaba con todas sus amigas que una pequeña rosa estaba
creciendo dentro de ella, que desde aquel momento todo es incomparable, que la
vida se volvió diferente. Por cierto, se sentía y se la veía diferente.
Orgullosa andaba, vivió inflada. ¿Seré yo la
primavera para mi mami? -Pensaba yo para mí adentro acurrucadito en ese
pequeño rincón de su cuerpo-. ¿Será esta la primavera? -Me preguntaba-. Pero
finalmente me dije, ¿de donde saque esa palabra primavera? ¿Será un invento
nomas? ¿Será mi fantasía? ¡Oh primavera! ¡ Oh primavera! –repetía innumerables
veces- pero sin saber su significado, además nadie me escuchaba y eso me daba
la libertad de ser monotemático. Para mi la primavera era sinónimos de flores,
de plantas, de jardines, tenia la impresión que significaba algo de la vida, en
fin, relacionada con cosas lindas, muy bellas. Desde el día que mi mami se
enteró de mi presencia dentro de ella, dedicaba un cuidado diferente a su
pancita, pues velando su panza sabia que me estaba cuidando y mimando. Mi
presencia en su vida le dio un ritmo diferente a su renovado andar. Sus amigas
le tocaban la panza, la acariciaban, pero no se daban cuenta que muchas veces
me tocaban los piecitos y otras veces me acariciaban la cabeza, porque yo era
muy inquieto y no toleraba quedarme en una sola posición ni medio segundo. Tan
mimado me sentía todo el tiempo. El día que naci se llenaron de flores la
entrada a la habitación donde estábamos, flores de todos los colores y me
encontré con una multitud de gente.
Todos me
miraban con una expresión extraña. Algunos con cara de compasión, otros
horrorizados, y los demás, en cambio, parecían más bien asustados. No entendía mucho lo que estaba
pasando, pero tenía muchas ganas de gritarles y mostrarles la lengua,
hasta quería morderlos. ¿Morderlos a mi edad? Me dije,
pero si no tenía ni un solo diente. ¿Y cómo iba a tener dientes si acababa de
nacer?; además no controlaba mis
movimientos. En realidad yo no era dueño de ninguno de mis actos.
Las
únicas personas que me miraban con una profunda ternura eran mi papá, mi mamá y
mis hermanitos. Mi mami, incluso se pasaba mimándome, haciéndome noni noni y mimitos en la cabeza. Pero en todos vi una mirada de compasión y tristeza; por lo visto ellos no sabían que
los niños que nacemos con la alteración genética a nivel del cromosomas 21
estamos dotados de dos privilegios: el primero, nuestra capacidad de concentrar
toda la atención, cariño y afecto hacia nosotros; el segundo, que somos los
únicos que al nacer ya sabemos que vivimos el doble de nuestra edad. Creo que
no van a entender esta última parte. Lo que
pasaba era que aún no me habían limpiado ni la sangre del cordón
umbilical y yo no podía ordenar y mucho
menos explicar muy bien mis ideas. Pero voy a tratar de hacerme entender.
Nosotros, para ponernos acorde a los tiempos que manejan los demás mortales,
cada momento de nuestra edad debemos multiplicarla por dos. Todos los que me
estaban mirando no se imaginaban que aunque tenía de nacido apenas treinta
minutos, ya tenía sesenta. No es muy significativo esto en números, porque los
adultos prefieren números grandes. Por ejemplo, les puedo demostrar agrandando
los números, haciéndolos más colosales: ahora mismo ya tengo tres mil
seiscientos segundos. Mañana a esta misma hora ya voy a tener ciento setenta y
dos mil ochocientos segundos, el doble de los otros que nacieron a la misma
hora. ¡Qué fantástica la vida para los que tenemos padres especiales!
Yo
no sabía si me escuchaba la gente que fue a verme en las primeras horas de mi nacimiento, pero yo les vi a todos e
intentaba comunicarme con todos ellos: es más, fui hasta prejuicioso, suponiendo que no querían
escucharme y que por eso no prestaban atención a lo que les decía.
Esta
alteración genética a nivel del par de
cromosomas 21 por lo visto es un verdadero problema para los adultos. Les pillé
in fraganti, cuando chusmeaban a espalda de mi mami; unos decían es down, otros
me llamaban mongólico y los demás decían simplemente es un nene especial. De
todos cuchicheaban, pero como aún yo no tenía nombre y solo mi mamá sabía cómo
me llamaría, era comprensible que se refieran a mi de diferentes maneras y
traté de entenderlos; por supuesto, les perdoné a todos, y mi perdón también
vale doble.
Pero
lo que aún no entendía es el poco interés que ponían a lo que les decía, y más
teniendo en cuenta el escaso tiempo que me asignaron para vivir en este
planeta. Lo lógico es que me prestaran más atención, porque también requiero el
doble de cuidado.
Yo creo que la única persona que no vio nada
especial en mí fue mi mami; para ella, todos los hijos les resultábamos iguales
y especiales. Es más; cuando fui creciendo ella se refería a mi diciendo “este niño lo único de especial que
tiene es que es más cabezudo que los otros”. Pero era consciente de que
necesitaba un estímulo adicional.
Estaba por cumplir un año cuando fuimos a un lugar
muy lindo, calculo que debía ser muy cerca del cielo, porque del cielo siempre
dicen que es muy lindo. Esto ocurría la tercera semana de mayo, uno o dos días
antes de mi cumpleañito, fuimos para la fisioterapia, así lo llamaban todos. No
me pareció muy lejos de mi casa; entramos por un portón grande y nos dirigimos
a un patio lleno de flores, árboles de diferentes tipos, era un jardín muy bien
cuidado y en medio de esa gran vegetación estaba un edificio muy colorido,
digamos que estaba pintado con los colores para los padres especiales o padres
con problemas. Entramos en aquel palacio. Parecía que íbamos ingresando a un
castillo de duendes y hadas; todos estaban preparadísimos para recibirnos. Mi
mami pagó un pequeño arancel en la caja e inmediatamente nos hicieron pasar a
un inmenso salón. Sin pensar mucho imaginé que sí estábamos en el cielo; no
pregunté por ningún santo por miedo a pronunciar mal las palabras y que no me
entendieran. El colorido salón daba una sensación de paz, los juguetes
parecían todos hermanos gemelos. A un
muñeco yo le podía sacar el bracito y colocarle al otro, todos calzaban en unos
y en otros; hasta a Pinocho le vi con la nariz normal. Estuve muy tentado en agrandarle la nariz porque no
le concebía con una nariz tan pequeña; parecía una copia de mi nariz: la tenía
tan achatada como la mía.
Nos hicimos amigos con Pinocho y en confianza me
pidió que le cambiara la nariz y le colocara de nuevo su narizota, porque esa
narizota fue la que lo llevó a la fama mundial. En realidad en todo nos
parecíamos: él como yo tenía exceso de piel en la nuca; orejas y boca pequeñas,
los ojos inclinados hacia arriba, manos cortas y anchas con dedos también
cortos; en fin, detalles o excusas para que no vean diferentes.
Juegos didácticos les llamaban unos, mientras otros
les decían equipos de estimulación. A casi todas las cosas se les podían llamar
de dos a tres maneras diferentes; es casi igual como me identifican a mí, como
ya dije, unos me dice down, otros mongólico y la mayoría, niño especial.
Cuando
empecé a frecuentar el cielo tenía las piernas finitas, perdón, todo el cuerpo
finito, delgadito, como Popotito, que “en plena lluvia no me voy a mojar”,
exactamente como la canción. Al principio nada hacía bien y empecé a dudar de
que el cielo fuera el lugar más apropiado para mí, pero al poco tiempo aprendí
a caminar y no pasó mucho para lograr chutar por primera vez una pelota. Por mi
apresurado aprendizaje ya “creían” que podría ir a practicar en alguna
selección de fútbol o que en el futuro podría ser una especie de “Pelé o
Maladona”.
Todo quería aprender rápido. El tiempo no jugaba a
mi favor, todo debía hacer apresuradamente.
Camino al cielo descubrí el beso. Me di cuenta de
que el beso era una forma de demostrar afecto. Ese día se lo di por primera vez
a alguien a quien quiero mucho y que no encontraba la forma de demostrarle mi
“quelel”: le entregué muchísimos besos a mi mami y traté de que fueran besos tiernos, entusiastas. Con cada beso que
daba le mojaba toda la cara y ella necesitaba una tonelada de pañuelos para
secarse, pero jamás se enojaba.
A los pocos días ya empecé a repartir besos a mis
hermanos, hermanas, tías, tíos y finalmente a todos los que llegaban a mi casa.
“Becho, becho”, le decía a la gente. Con el beso quería demostrar lo que soy, expresar mi afecto. Con cada beso
me sentía feliz. Besaba para demostrar mi cariño y hacer agradable y placentera
mi presencia. Cada día aprendía a besar de manera diferente y hasta aprendí a
besar la vida y quererla.
Las
primeras palabras que empecé a pronunciar enloquecían a mi papi, a mi mami y a
mis hermanitos, se mataban de risa por la forma en que las pronunciaba; hablaba
mal, pero era simpático. Frente a las personas extrañas, sin embargo, me
mantenía callado, casi no hablaba, tenía mucha "guargüenza".
En
mi casa me asignaban algunas actividades para el día; por supuesto, la mitad de
lo que correspondía a mis hermanitos que era mi entero.
Y
llegó el momento de ir a la escuela. El primer día me peleé con dos
compañeritos, a uno le mordí el dedo grande del pie en el arenero y al otro
simplemente le empujé y le eché. Cuando la maestra me increpó por el empujón
que le di al compañerito, yo simplemente le contesté “se caio soito noa. El
nene no hizo naa, se caio soito noa”. Pero no fue todo, también me peleé con la
profesora, porque no dejaba que me chupe unos chupetines que le había robado a
un compañero de otro grado. No me gustó mucho la escuela en el primer día, pero
mamá, que tenía una paciencia de santa, me habló e insistió mucho para volver y
hacer la experiencia del segundo día, y por cierto que ese día ya me fue mejor,
a mí y a los otros: ya no mordí, no pegué, ni robé a nadie, pero me bañé debajo
de una canilla de agua que estaba a la entrada del patio de la escuela. A nadie
le molestó mucho que me bañara allí; lo que le molestó al director fue que me
desvistiera totalmente para darme la “ducha” en pleno patio de la escuela.
Para
las personas grandes parecía que lo más importante era la edad; siempre
empezaban por preguntar la edad. “Pelo
kalamba digo, palake kielen taber mi elad”, les decía a los que insistían con
ese insignificante dato. No “kelia” hablar mucho de eso, tampoco “kelia pasar
el día contando mi elad”; no era lo más importante para mí.
Pero
mi mami hacía todo y de todo para que yo pasara lo mejor posible. El tiempo
pasaba y fui dejando de ser el “bebé”, aunque seguían tratándome como tal; para
colmo yo vivía muy apuradamente porque los días me costaban el doble y mi vida
era exactamente como el número siete de los juegos de azar, valía por dos.
Un
día el médico le dijo a mi mami que
tenía un problema en el corazón: que la pared que separa los aurículos no se
había desarrollado lo suficiente y que quedó un orificio muy grande; por eso mi
corazoncito bombeaba demasiada sangre a
mis pulmoncitos y que se me podía presentar una insuficiencia cardiaca, y
eso puede volverse muy “glave”.
Mi
mami se puso muy triste. Entonces yo le conté que era amigo de Pinocho, que le
había conocido en el cielo y que él tiene a su padre, don Gepetto, que es
carpintero. Pinocho me había contado, cuando le cambié la nariz, que su padre
era el carpintero más famoso del mundo y que podía solucionar los problemas más
complejos de la humanidad. Él podría fabricarme un nuevo corazón, si era eso lo
que se necesitaba. Insistí que precisaba hablar con Pinocho para que don
Gepetto, el carpintero, me fabricara un nuevo corazón. Fuimos con mi madre al
cielo y hablé con Pinocho; este, presuroso, llamó a su padre. Le conté a don
Gepetto mi problema y se puso inmediatamente en la tarea de fabricarme un
corazón nuevo. En el menor tiempo posible, antes de que cante el gallo ya tenía
desarrollando un nuevo corazón. Pero quería saber –y eso me preocupaba en
cierta manera- qué garantía ofrecía el corazón fabricado por don Gepetto, y
éste con una firmeza absoluta me aseguró que el material usado por él para la
separación de los aurículas era de petereby, una madera incomparablemente
resistente a todos los embates y subidas de presión que se conoce en el campo
de la patología general. “Es más -me dijo-, para tu tranquilidad el corazón que
yo fabrico está bloqueado para las guerras y otras calamidades inventadas por
el hombre; eso sí, estos separadores auriculares de petereby son muy sensibles
al amor, al afecto y a la ternura, y cuenta con un chip rastreador de soluciones a los múltiples
problemas no resueltos aun por la humanidad”. “No tengo una garantía escrita
-me siguió diciendo con mucha humildad; - pero en la Tierra se conoce mi
trabajo y está a la vista de todos, y con dolor debo reconocer que son pocos
los que siguen con este trabajo, y son contados los hombres sensibles; humanos
y tan buenos como Pinocho: ESTE CORAZON TE DURARA EXACTAMENTE TODO EL TIEMPO QUE NECESITAS VIVIR, QUE ES TU EDAD
MULTIPLICADO POR DOS”.
Pasó
el tiempo, dos o tres décadas o tal vez más, hasta que un día me di cuenta de
que el nuevo corazón fabricado por don Gepetto se estaba poniendo viejo,
empezaba a “dormirse y a cansarse con el paso de los años y que se acercaba el
final de sus valiosos latidos. Consciente de ello y presintiendo el fin de mi
viaje en la vida terrenal, me puse en la hermosa tarea de “escriblir una calta”
de despedida dirigida a todos los padres especiales del planeta. No quería
perder la oportunidad de decirles que mi estadía en la Tierra fue muy buena,
que fui criado y educado en un capullito de algodón y que sería muy injusto que
yo no reconociera este tercer privilegio, y como soy muy exigente, pedigüeño y
“malkiado”, y más aun sabiendo que todos mis pedidos son “oldenes”, quería
hacer una última recomendación a todos los padres especiales. “No permitan que
se cierre para sus niños el cielo que está en la Tierra”
Anibal
Barreto Monzon
Registro
Nacional del Derecho Autor No. 9754
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