Casa del Escritor-Escritor Róga es una asociación paraguaya de escritores, unidos en el afán de crear juntos, difundir y rescatar ñande ñe'êkuaa, káso, ñe'ê poty umía, karai ñe'ême ha ñane Ava ñe'ême.
domingo, 30 de diciembre de 2018
domingo, 23 de diciembre de 2018
miércoles, 19 de diciembre de 2018
lunes, 3 de diciembre de 2018
jueves, 29 de noviembre de 2018
viernes, 23 de noviembre de 2018
jueves, 22 de noviembre de 2018
Buenos Aires, enero
Mezcla poética de metafísica y folclore
Aura mitológica de personalidades múltiples
Unión de continentes, identidad de contrastes.
Una quietud de domingo Parsimonia de un lunes
Un monumento masón
Una historia en la plaza contigua.
Una escalera vacía en el templo de Astrea
Las campanas de la catedral, el sonido del tren
El colectivo, los taxis, la moneda cambiante.
Un policía mira el reloj
Ladra un perro sediento
Una pareja conversa al ritmo de un mate
Sienten el pasto en las horas de sombra.
Unos pajaritos asustados abandonan un balcón
La murga del sol de la tarde
Empieza su tarea el as de espadas
En vino menguado del viejo timbero.
Una mujer baila enfrente y me pierdo
En el paraíso del tango del vaivén de sus caderas.
Una estatua desnuda me recuerda la tristeza en el arte
Mientras me pide el circo un cinco pe pa`l vino.
Joselo Morínigo
Mezcla poética de metafísica y folclore
Aura mitológica de personalidades múltiples
Unión de continentes, identidad de contrastes.
Una quietud de domingo Parsimonia de un lunes
Un monumento masón
Una historia en la plaza contigua.
Una escalera vacía en el templo de Astrea
Las campanas de la catedral, el sonido del tren
El colectivo, los taxis, la moneda cambiante.
Un policía mira el reloj
Ladra un perro sediento
Una pareja conversa al ritmo de un mate
Sienten el pasto en las horas de sombra.
Unos pajaritos asustados abandonan un balcón
La murga del sol de la tarde
Empieza su tarea el as de espadas
En vino menguado del viejo timbero.
Una mujer baila enfrente y me pierdo
En el paraíso del tango del vaivén de sus caderas.
Una estatua desnuda me recuerda la tristeza en el arte
Mientras me pide el circo un cinco pe pa`l vino.
Joselo Morínigo
lunes, 19 de noviembre de 2018
AUTOBOMBO DE PRIMER NIVEL
¿SERÁ QUE CHICO DÍAZ NECESITA PRESENTACIÓN?
Es uno de los grandes que leyó mi libro.
Francisco "Chico" Díaz Rocha (nacido el 16 de febrero 1959) es un actor brasileño nacido en México.
Francisco Díaz Rocha nació en la Ciudad de México. Él es el hijo de Juan Díaz Bordenave, periodista paraguayo y pedagogo, considerado uno de los padres del pensamiento latinoamericano en comunicación, fallecido en 2012,y de la traductora brasileña María Cándida Rocha. Se crió en Río de Janeiro, Brasil, donde sus padres decidieron vivir en 1968.
Estuvo casado con la actriz Cecilia Santana, con quien tiene un hijo llamado Antônio. Actualmente está casado con la actriz Sílvia Buarque (hija del cantante y autor Chico Buarque de Holanda), con quien tiene una hija llamada Irene.
Tiene una larga y prolífica carrera en el Brasil donde ha actuado en numerosas obras teatrales, así como en más de 70 películas de cine y novelas de televisión. En Paraguay participó en el filme Jacaa, de Ramiro Gómez, y en el documental Buscando a Juan, sobre la vida de su padre, dirigido por Carlos Cáceres Ferreira, ambos en proceso de postproducción
¿SERÁ QUE CHICO DÍAZ NECESITA PRESENTACIÓN?
Es uno de los grandes que leyó mi libro.
Francisco "Chico" Díaz Rocha (nacido el 16 de febrero 1959) es un actor brasileño nacido en México.
Francisco Díaz Rocha nació en la Ciudad de México. Él es el hijo de Juan Díaz Bordenave, periodista paraguayo y pedagogo, considerado uno de los padres del pensamiento latinoamericano en comunicación, fallecido en 2012,y de la traductora brasileña María Cándida Rocha. Se crió en Río de Janeiro, Brasil, donde sus padres decidieron vivir en 1968.
Estuvo casado con la actriz Cecilia Santana, con quien tiene un hijo llamado Antônio. Actualmente está casado con la actriz Sílvia Buarque (hija del cantante y autor Chico Buarque de Holanda), con quien tiene una hija llamada Irene.
Tiene una larga y prolífica carrera en el Brasil donde ha actuado en numerosas obras teatrales, así como en más de 70 películas de cine y novelas de televisión. En Paraguay participó en el filme Jacaa, de Ramiro Gómez, y en el documental Buscando a Juan, sobre la vida de su padre, dirigido por Carlos Cáceres Ferreira, ambos en proceso de postproducción
OTRA VEZ CONSIDERADO DE INTERES
PUBLICO (POR MI) PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD (NO SE POR QUIEN).
AUTOBIOGRAFIA CORREGIDA, PLAGIADA Y
AMPLIADA
Yo, Aníbal Barreto Monzón, nací en Paraguay, en un pequeño poblado de nombre Karandayty, distrito de Coronel Oviedo, el 23 de julio de 1954. La nacionalidad no se elige; si de mí dependiera hubiera nacido en Inglaterra.
De pequeño la buena salud no
me acompaño, todas las enfermedades que circulaban por cerca de mi casa me tomaba con coraje y devoción. El
maldito mal de la década de los cincuenta, la poliomielitis agarre con todo, si
bien es cierto no me dejó secuelas físicas ponderables, en cambio no se puede
decir lo mismos de las irreversibles secuelas cerebrales que está a la vista de
todos, que se puede observar perfectamente con apenas empezar a leer esta
biografía corregida plagiada y ampliada.
Desde muy niño me perfile, o
ya se me notaba el campo de mí interés, mi inclinación hacia el ocio y la
vagancia, que llevo con devoción y empeño hasta hoy día, que por cierto dejó
grandes decepciones a mis padres, hermanos y en algunos que otros resentidos
círculos culturales.
En una escuelita de
morondanga me empujaron hacia los primeros números naturales, pero conté tan
mal que me tropecé y me caí. En cambio, en una escuela pública aprendí las
primeras letras, pero al aprender las segundas ya me olvidaba de las primeras.
Realicé los estudios
primarios y también los secundarios en Coronel Oviedo en el Colegio Nacional
Pedro P. Peña, Escuela de Comercio
Coronel Florentín Oviedo, Colegio Parroquial Nuestra Señora del Rosario y
a duras penas concluí en el Colegio Manuel Ortiz Guerrero, verán que recorrí
todos los centros educativos de la zona y fui progresando en mi educación más
por compasión de mis maestros y maestras que por mi dedicación personal.
Inicié mis estudios universitarios en
la Universidad Católica de Villarrica. En 1977 abandoné la universidad y el
país por persecución política. Al año siguiente (1978) retorné a la patria y a
la universidad, soportando una sistemática persecución por mis actividades e
ideas políticas.
Publiqué con otros compañeros universitarios revistas y periódicos estudiantiles, que irritaron terriblemente a las autoridades y que me significaron varias “pasantías” en los calabozos de la dictadura. Poco después abandoné definitivamente la universidad al ser expulsado de Coronel Oviedo por la policía política.
Publiqué con otros compañeros universitarios revistas y periódicos estudiantiles, que irritaron terriblemente a las autoridades y que me significaron varias “pasantías” en los calabozos de la dictadura. Poco después abandoné definitivamente la universidad al ser expulsado de Coronel Oviedo por la policía política.
Contabilicé varios apresamientos, lo
que me permitió conocer las condiciones de crueldad que soportaban los presos
políticos. Mi nombre figura en la lista de víctimas de la dictadura en el Museo
de la Memoria. Creo que también figuro en el museo de los desmemoriados (no me
consta).
Ya en Asunción, haciendo honor a mi
ciudad de origen, “Capital del Trabajo”, desempeñé infinidad de ocupaciones y
tareas. Siendo dirigente sindical y militante irreductible de la causa,
apasionado del ocio y no trabajaba, llevé a cabo la más larga huelga de que se
tenga conocimiento en el Paraguay y en el mundo.
Siendo conocido dirigente sindical, de
nuevo arremetí con el estudio. Con este nuevo rebusque de estudiar en la
universidad intenté de nuevo traspasar la barrera de la ignorancia (en el
intento de traspasar, la barrera se me cae por la cabeza, y así fue que me
quede definitivamente en este estadio).
Pero aun así, remando contra
adversidades durísimas me gradué en “letras” (de la A hasta la G), con el
título de Licenciado en Asuntos Varios. Más las ganas de aprender nunca me
abandonaron, por lo que seguí un posgrado en “letras”. Estudié y realicé una
tesis doctoral basado en una profunda investigación científica sobre la letra H
y las B/V, pero hasta hoy día no entiendo porque se usa la H y en qué caso se
usan las B/V. Del acento; de la coma; de los dos puntos; y los puntos y comas
mejor ni hablar porque ni siquiera investigué.
He participado de cursos y
seminarios internacionales de la que no pude aprender ni sacar conclusiones
positivas, pues mientras se dictaban las charlas generalmente me pasaba
durmiendo en la sala de conferencia. En
cambio durante las charlas que hace propiamente a la literatura y artes en
general (que digo que es mi campo), tampoco nadie se tomaba la molestia en
despertarme. Subestimaban mi capacidad o concluían simplemente que nada podía
aprender despertándome y preferían tenerme dormido. He prestado mis
conocimientos a una infinidad de universidades pero ninguno se dignaron en
devolverme, por supuesto quede sin él. Comunicador de alma, más me conocían por
chismoso que lo otro.
Nunca di clases ni en colegios
y mucho menos en universidades por razones obvias. En cambio fui asistente
permanente de desconocidas organizaciones nacionales e internacionales que
certifican plenamente mi ignorancia, pero aún con esas adversidades fui
abriendo camino contra viento y marea.
Por varios años fui
consultor internacional, realice relevantes investigaciones científicas sin
poder llegar a ninguna conclusión pues todas las ramas que intenté investigar
ya fueron investigados por otros y ya no
había nada absolutamente nada que descubrir ni inventar, ya todo fue inventado.
He sido expositor panelista
en debates callejeros, más que debates, trifulcas y peleas callejeras que
dejaron en mí grandes secuelas, sobre todo imborrables moretones. Incursioné en
el teatro, pero el arte de las tablas no me fue muy satisfactorio, porque se me
termino el escenario y me caí. Desarrolle una extensa carrera en el arte, pero
la perdí toda.
En el campo del periodismo, escribí
artículos para revistas y periódicos pero nadie nunca público (escribí al
pedo). En la actualidad soy considerado el escritor paraguayo menos importante
y más desconocido de la historia contemporánea.
En el año 1995 puse en práctica mi calidad de graduado en “letras” y publiqué el libro “Democracia a lo Luque”, “Propuesta política de un colorido partido divertido”, una sátira a las proposiciones políticas de los partidos tradicionales (hoy la sátira le salpicó a todos, incluso a los “progresistas y revolucionarios”). En agosto del 2003 publiqué “El doctor, mi candidato”, una novela corta también satírica sobre la realidad política en la función pública. Este libro se llevó al teatro en la Argentina y ganó el primer premio en la Muestra Provincial de Teatro de Formosa. El 13 de agosto del 2009 publiqué otra novela, “La vida en Pedazos”, que relata la vida de un aprovechador aprovechado y que por esas cosas que tuvo la dictadura, entre tantos héroes verdaderos sufrió también las crueldades de la policía política. En cambio este libro no se llevó al teatro, pero sí lo llevé al concurso para el Premio Nacional de Literatura y los miembros del jurado ni sabían de su existencia, ni siquiera leyeron. Se imaginarán el resultado. Pichado con el jurado que se conformó para otorgar el Premio Nacional de Literatura, publique el 23 de noviembre del 2009 un opúsculo, “La Ley no es zoncera”, legislando en forma paralela al parlamento nacional de manera a ayudar a realizar en forma más legal sus fechorías a los futuros miembros del jurado que otorga el mismo galardón. Casi todos estos libros nombrados están agotados, pero más agotado está el autor.
En el año 1995 puse en práctica mi calidad de graduado en “letras” y publiqué el libro “Democracia a lo Luque”, “Propuesta política de un colorido partido divertido”, una sátira a las proposiciones políticas de los partidos tradicionales (hoy la sátira le salpicó a todos, incluso a los “progresistas y revolucionarios”). En agosto del 2003 publiqué “El doctor, mi candidato”, una novela corta también satírica sobre la realidad política en la función pública. Este libro se llevó al teatro en la Argentina y ganó el primer premio en la Muestra Provincial de Teatro de Formosa. El 13 de agosto del 2009 publiqué otra novela, “La vida en Pedazos”, que relata la vida de un aprovechador aprovechado y que por esas cosas que tuvo la dictadura, entre tantos héroes verdaderos sufrió también las crueldades de la policía política. En cambio este libro no se llevó al teatro, pero sí lo llevé al concurso para el Premio Nacional de Literatura y los miembros del jurado ni sabían de su existencia, ni siquiera leyeron. Se imaginarán el resultado. Pichado con el jurado que se conformó para otorgar el Premio Nacional de Literatura, publique el 23 de noviembre del 2009 un opúsculo, “La Ley no es zoncera”, legislando en forma paralela al parlamento nacional de manera a ayudar a realizar en forma más legal sus fechorías a los futuros miembros del jurado que otorga el mismo galardón. Casi todos estos libros nombrados están agotados, pero más agotado está el autor.
El 14 de marzo del 2012 presenté un
nuevo libro en la ciudad de San José de Costa Rica, LA SANTA POLÍTICA, una
novela en donde intenté describir las distintas prácticas políticas de nuestro
país y de la región. El 25 de abril de este mismo año publique el libro ME
ROBARON LA VIDA ENTERA, una historia novelada que trata en su primera parte con
mucha franqueza y con absoluta objetividad las represiones que sufrieron los
distintos movimientos populares y revolucionarios que se organizaron para
derrocar la dictadura de Alfredo Stroessner en los primeros años de su
instalación, así como el proceso de exterminio de los patriotas embarcados en
estas patriadas temerarias y románticas que se montaron para evitar su
afianzamiento. Relata, además, la crueldad y la saña con que el dictador
trataba a sus enemigos políticos, utilizando casi siempre como método represivo
el exilio, la tortura y el asesinato cobarde de sus oponentes más connotados. Estaba
trabajando en una nueva novela cuando fui sorprendido por el golpe
Parlamentario del 22 de junio, que sobrepaso mi imaginación. La realidad fue
superior a la fantasías y creo que ningún escritor profesional y mucho menos un
novato como yo pueda seguir escribiendo sobre esta región de nombre Macondo y
mal llamado Paraguay.
El 21 de mayo del 2015, presente mi
último, ultimo, muy último libro, LA DICTADURA, EL EXILIO, EL AMOR Y OTRAS
LOCURAS.
Aaaaaaaa, casi casi me olvido de mi
último, pero último libro “LA FIESTAS PRIVADAS”, otro libro que no le gusta a
los dueños de la cultura y propietarios de los Clubes de Escritores. En “Las
fiestas privadas” aparece un imaginario país, Orengania, una nación, decadente,
corrupto y violento, un país manejado por una dictadura y su camarilla
genuflexa y al mismo tiempo hambrienta, rapaz e inescrupulosa. Un país donde
los poderosos son delincuentes más que gobernantes. Donde el hijo del dictador
comanda un ejército de homosexuales en un macabro plan de venganza ante una
traición amorosa. Todo se inicia con una serie de “fiestas secretas”, donde se
citan connotados varones, políticos, militares, diplomáticos y eclesiásticos,
para “compartir” momentos de distensión. Pero el poder insaciable, las orgías,
las infidelidades y la sed de venganza, arrastran todo hacia trágico destino.
Una mezcla de ficción y realidad que genera dolor, impotencia, indignación y
deseos de mantener viva la memoria para que no se repitan, hechos narrados en
esta obra que varias generaciones la desconocen y otros la van olvidando. ¿Qué
tan lejos está Orengania de aquí? En lenguaje de calle, Orengania es un país
que nos tiene cara conocida
He dejado la militancia política y la
lucha sindical, sobre todo abandoné definitivamente la realización de huelgas
pues desde hace años me dedique a ser vendedor y promotor de equipos de uso médico y
en mis ratos ocio escribo (por la pared y con carbón) y legislo para modificar
leyes que no me convienen. Hoy estoy jubilado, en realidad me dedico a tiempo,
con ahínco, con un gran empeño al ocio y a la vagancia.
Eu
Mi teléfono es 0986700314.
1. Cuando llama le atenderá un
contestador automático.
2. Este te derivará a mi correo electrónico, escriba a mi
correo electrónico y deje su dirección y teléfono.
3. Cumplido estos pasos, se
comunicará directamente con mi secretaria del WhastsApp. Allí deje su dirección y su número de tarjeta
de crédito.
4. Cumplido estos pasos, ésta secretaria le derivará con mi secretaria
de la oficina. Explique qué quiere comprar mi libro. La misma secretaria le
comunicara con mi secretaria privada.
5. Ella probablemente te diga que no estoy,
pero coméntale nomas que vos sos la persona que quiere comprar el libro del
señor Anibal Barreto Monzon.
Allí ella te va decir que estoy, pero te va hacer
esperar unos cuarenta a cuarenta y cinco minutos (mejor un buen rato). Allí
ella te va decir que estoy, pero te va ser esperar un buen rato (es nada más
por cumplir con el protocolo nomas).
CAPULLITO
Los privilegios se adueñaron de mí desde el día de
mi gestación; mi madre, al enterarse de mi presencia en su vida, en el mismo
instante decía que se sentía diferente, que una extraña y hermosa sensación la
invadía. A partir de ese momento se iniciaron los preparativos para mi
nacimiento. Mamá comentaba con todas sus amigas que una pequeña rosa estaba
creciendo dentro de ella, que desde aquel momento todo es incomparable, que la
vida se volvió diferente. Por cierto, se sentía y se la veía diferente.
Orgullosa andaba, vivió inflada. ¿Seré yo la
primavera para mi mami? -Pensaba yo para mí adentro acurrucadito en ese
pequeño rincón de su cuerpo-. ¿Será esta la primavera? -Me preguntaba-. Pero
finalmente me dije, ¿de donde saque esa palabra primavera? ¿Será un invento
nomas? ¿Será mi fantasía? ¡Oh primavera! ¡ Oh primavera! –repetía innumerables
veces- pero sin saber su significado, además nadie me escuchaba y eso me daba
la libertad de ser monotemático. Para mi la primavera era sinónimos de flores,
de plantas, de jardines, tenia la impresión que significaba algo de la vida, en
fin, relacionada con cosas lindas, muy bellas. Desde el día que mi mami se
enteró de mi presencia dentro de ella, dedicaba un cuidado diferente a su
pancita, pues velando su panza sabia que me estaba cuidando y mimando. Mi
presencia en su vida le dio un ritmo diferente a su renovado andar. Sus amigas
le tocaban la panza, la acariciaban, pero no se daban cuenta que muchas veces
me tocaban los piecitos y otras veces me acariciaban la cabeza, porque yo era
muy inquieto y no toleraba quedarme en una sola posición ni medio segundo. Tan
mimado me sentía todo el tiempo. El día que naci se llenaron de flores la
entrada a la habitación donde estábamos, flores de todos los colores y me
encontré con una multitud de gente.
Todos me
miraban con una expresión extraña. Algunos con cara de compasión, otros
horrorizados, y los demás, en cambio, parecían más bien asustados. No entendía mucho lo que estaba
pasando, pero tenía muchas ganas de gritarles y mostrarles la lengua,
hasta quería morderlos. ¿Morderlos a mi edad? Me dije,
pero si no tenía ni un solo diente. ¿Y cómo iba a tener dientes si acababa de
nacer?; además no controlaba mis
movimientos. En realidad yo no era dueño de ninguno de mis actos.
Las
únicas personas que me miraban con una profunda ternura eran mi papá, mi mamá y
mis hermanitos. Mi mami, incluso se pasaba mimándome, haciéndome noni noni y mimitos en la cabeza. Pero en todos vi una mirada de compasión y tristeza; por lo visto ellos no sabían que
los niños que nacemos con la alteración genética a nivel del cromosomas 21
estamos dotados de dos privilegios: el primero, nuestra capacidad de concentrar
toda la atención, cariño y afecto hacia nosotros; el segundo, que somos los
únicos que al nacer ya sabemos que vivimos el doble de nuestra edad. Creo que
no van a entender esta última parte. Lo que
pasaba era que aún no me habían limpiado ni la sangre del cordón
umbilical y yo no podía ordenar y mucho
menos explicar muy bien mis ideas. Pero voy a tratar de hacerme entender.
Nosotros, para ponernos acorde a los tiempos que manejan los demás mortales,
cada momento de nuestra edad debemos multiplicarla por dos. Todos los que me
estaban mirando no se imaginaban que aunque tenía de nacido apenas treinta
minutos, ya tenía sesenta. No es muy significativo esto en números, porque los
adultos prefieren números grandes. Por ejemplo, les puedo demostrar agrandando
los números, haciéndolos más colosales: ahora mismo ya tengo tres mil
seiscientos segundos. Mañana a esta misma hora ya voy a tener ciento setenta y
dos mil ochocientos segundos, el doble de los otros que nacieron a la misma
hora. ¡Qué fantástica la vida para los que tenemos padres especiales!
Yo
no sabía si me escuchaba la gente que fue a verme en las primeras horas de mi nacimiento, pero yo les vi a todos e
intentaba comunicarme con todos ellos: es más, fui hasta prejuicioso, suponiendo que no querían
escucharme y que por eso no prestaban atención a lo que les decía.
Esta
alteración genética a nivel del par de
cromosomas 21 por lo visto es un verdadero problema para los adultos. Les pillé
in fraganti, cuando chusmeaban a espalda de mi mami; unos decían es down, otros
me llamaban mongólico y los demás decían simplemente es un nene especial. De
todos cuchicheaban, pero como aún yo no tenía nombre y solo mi mamá sabía cómo
me llamaría, era comprensible que se refieran a mi de diferentes maneras y
traté de entenderlos; por supuesto, les perdoné a todos, y mi perdón también
vale doble.
Pero
lo que aún no entendía es el poco interés que ponían a lo que les decía, y más
teniendo en cuenta el escaso tiempo que me asignaron para vivir en este
planeta. Lo lógico es que me prestaran más atención, porque también requiero el
doble de cuidado.
Yo creo que la única persona que no vio nada
especial en mí fue mi mami; para ella, todos los hijos les resultábamos iguales
y especiales. Es más; cuando fui creciendo ella se refería a mi diciendo “este niño lo único de especial que
tiene es que es más cabezudo que los otros”. Pero era consciente de que
necesitaba un estímulo adicional.
Estaba por cumplir un año cuando fuimos a un lugar
muy lindo, calculo que debía ser muy cerca del cielo, porque del cielo siempre
dicen que es muy lindo. Esto ocurría la tercera semana de mayo, uno o dos días
antes de mi cumpleañito, fuimos para la fisioterapia, así lo llamaban todos. No
me pareció muy lejos de mi casa; entramos por un portón grande y nos dirigimos
a un patio lleno de flores, árboles de diferentes tipos, era un jardín muy bien
cuidado y en medio de esa gran vegetación estaba un edificio muy colorido,
digamos que estaba pintado con los colores para los padres especiales o padres
con problemas. Entramos en aquel palacio. Parecía que íbamos ingresando a un
castillo de duendes y hadas; todos estaban preparadísimos para recibirnos. Mi
mami pagó un pequeño arancel en la caja e inmediatamente nos hicieron pasar a
un inmenso salón. Sin pensar mucho imaginé que sí estábamos en el cielo; no
pregunté por ningún santo por miedo a pronunciar mal las palabras y que no me
entendieran. El colorido salón daba una sensación de paz, los juguetes
parecían todos hermanos gemelos. A un
muñeco yo le podía sacar el bracito y colocarle al otro, todos calzaban en unos
y en otros; hasta a Pinocho le vi con la nariz normal. Estuve muy tentado en agrandarle la nariz porque no
le concebía con una nariz tan pequeña; parecía una copia de mi nariz: la tenía
tan achatada como la mía.
Nos hicimos amigos con Pinocho y en confianza me
pidió que le cambiara la nariz y le colocara de nuevo su narizota, porque esa
narizota fue la que lo llevó a la fama mundial. En realidad en todo nos
parecíamos: él como yo tenía exceso de piel en la nuca; orejas y boca pequeñas,
los ojos inclinados hacia arriba, manos cortas y anchas con dedos también
cortos; en fin, detalles o excusas para que no vean diferentes.
Juegos didácticos les llamaban unos, mientras otros
les decían equipos de estimulación. A casi todas las cosas se les podían llamar
de dos a tres maneras diferentes; es casi igual como me identifican a mí, como
ya dije, unos me dice down, otros mongólico y la mayoría, niño especial.
Cuando
empecé a frecuentar el cielo tenía las piernas finitas, perdón, todo el cuerpo
finito, delgadito, como Popotito, que “en plena lluvia no me voy a mojar”,
exactamente como la canción. Al principio nada hacía bien y empecé a dudar de
que el cielo fuera el lugar más apropiado para mí, pero al poco tiempo aprendí
a caminar y no pasó mucho para lograr chutar por primera vez una pelota. Por mi
apresurado aprendizaje ya “creían” que podría ir a practicar en alguna
selección de fútbol o que en el futuro podría ser una especie de “Pelé o
Maladona”.
Todo quería aprender rápido. El tiempo no jugaba a
mi favor, todo debía hacer apresuradamente.
Camino al cielo descubrí el beso. Me di cuenta de
que el beso era una forma de demostrar afecto. Ese día se lo di por primera vez
a alguien a quien quiero mucho y que no encontraba la forma de demostrarle mi
“quelel”: le entregué muchísimos besos a mi mami y traté de que fueran besos tiernos, entusiastas. Con cada beso que
daba le mojaba toda la cara y ella necesitaba una tonelada de pañuelos para
secarse, pero jamás se enojaba.
A los pocos días ya empecé a repartir besos a mis
hermanos, hermanas, tías, tíos y finalmente a todos los que llegaban a mi casa.
“Becho, becho”, le decía a la gente. Con el beso quería demostrar lo que soy, expresar mi afecto. Con cada beso
me sentía feliz. Besaba para demostrar mi cariño y hacer agradable y placentera
mi presencia. Cada día aprendía a besar de manera diferente y hasta aprendí a
besar la vida y quererla.
Las
primeras palabras que empecé a pronunciar enloquecían a mi papi, a mi mami y a
mis hermanitos, se mataban de risa por la forma en que las pronunciaba; hablaba
mal, pero era simpático. Frente a las personas extrañas, sin embargo, me
mantenía callado, casi no hablaba, tenía mucha "guargüenza".
En
mi casa me asignaban algunas actividades para el día; por supuesto, la mitad de
lo que correspondía a mis hermanitos que era mi entero.
Y
llegó el momento de ir a la escuela. El primer día me peleé con dos
compañeritos, a uno le mordí el dedo grande del pie en el arenero y al otro
simplemente le empujé y le eché. Cuando la maestra me increpó por el empujón
que le di al compañerito, yo simplemente le contesté “se caio soito noa. El
nene no hizo naa, se caio soito noa”. Pero no fue todo, también me peleé con la
profesora, porque no dejaba que me chupe unos chupetines que le había robado a
un compañero de otro grado. No me gustó mucho la escuela en el primer día, pero
mamá, que tenía una paciencia de santa, me habló e insistió mucho para volver y
hacer la experiencia del segundo día, y por cierto que ese día ya me fue mejor,
a mí y a los otros: ya no mordí, no pegué, ni robé a nadie, pero me bañé debajo
de una canilla de agua que estaba a la entrada del patio de la escuela. A nadie
le molestó mucho que me bañara allí; lo que le molestó al director fue que me
desvistiera totalmente para darme la “ducha” en pleno patio de la escuela.
Para
las personas grandes parecía que lo más importante era la edad; siempre
empezaban por preguntar la edad. “Pelo
kalamba digo, palake kielen taber mi elad”, les decía a los que insistían con
ese insignificante dato. No “kelia” hablar mucho de eso, tampoco “kelia pasar
el día contando mi elad”; no era lo más importante para mí.
Pero
mi mami hacía todo y de todo para que yo pasara lo mejor posible. El tiempo
pasaba y fui dejando de ser el “bebé”, aunque seguían tratándome como tal; para
colmo yo vivía muy apuradamente porque los días me costaban el doble y mi vida
era exactamente como el número siete de los juegos de azar, valía por dos.
Un
día el médico le dijo a mi mami que
tenía un problema en el corazón: que la pared que separa los aurículos no se
había desarrollado lo suficiente y que quedó un orificio muy grande; por eso mi
corazoncito bombeaba demasiada sangre a
mis pulmoncitos y que se me podía presentar una insuficiencia cardiaca, y
eso puede volverse muy “glave”.
Mi
mami se puso muy triste. Entonces yo le conté que era amigo de Pinocho, que le
había conocido en el cielo y que él tiene a su padre, don Gepetto, que es
carpintero. Pinocho me había contado, cuando le cambié la nariz, que su padre
era el carpintero más famoso del mundo y que podía solucionar los problemas más
complejos de la humanidad. Él podría fabricarme un nuevo corazón, si era eso lo
que se necesitaba. Insistí que precisaba hablar con Pinocho para que don
Gepetto, el carpintero, me fabricara un nuevo corazón. Fuimos con mi madre al
cielo y hablé con Pinocho; este, presuroso, llamó a su padre. Le conté a don
Gepetto mi problema y se puso inmediatamente en la tarea de fabricarme un
corazón nuevo. En el menor tiempo posible, antes de que cante el gallo ya tenía
desarrollando un nuevo corazón. Pero quería saber –y eso me preocupaba en
cierta manera- qué garantía ofrecía el corazón fabricado por don Gepetto, y
éste con una firmeza absoluta me aseguró que el material usado por él para la
separación de los aurículas era de petereby, una madera incomparablemente
resistente a todos los embates y subidas de presión que se conoce en el campo
de la patología general. “Es más -me dijo-, para tu tranquilidad el corazón que
yo fabrico está bloqueado para las guerras y otras calamidades inventadas por
el hombre; eso sí, estos separadores auriculares de petereby son muy sensibles
al amor, al afecto y a la ternura, y cuenta con un chip rastreador de soluciones a los múltiples
problemas no resueltos aun por la humanidad”. “No tengo una garantía escrita
-me siguió diciendo con mucha humildad; - pero en la Tierra se conoce mi
trabajo y está a la vista de todos, y con dolor debo reconocer que son pocos
los que siguen con este trabajo, y son contados los hombres sensibles; humanos
y tan buenos como Pinocho: ESTE CORAZON TE DURARA EXACTAMENTE TODO EL TIEMPO QUE NECESITAS VIVIR, QUE ES TU EDAD
MULTIPLICADO POR DOS”.
Pasó
el tiempo, dos o tres décadas o tal vez más, hasta que un día me di cuenta de
que el nuevo corazón fabricado por don Gepetto se estaba poniendo viejo,
empezaba a “dormirse y a cansarse con el paso de los años y que se acercaba el
final de sus valiosos latidos. Consciente de ello y presintiendo el fin de mi
viaje en la vida terrenal, me puse en la hermosa tarea de “escriblir una calta”
de despedida dirigida a todos los padres especiales del planeta. No quería
perder la oportunidad de decirles que mi estadía en la Tierra fue muy buena,
que fui criado y educado en un capullito de algodón y que sería muy injusto que
yo no reconociera este tercer privilegio, y como soy muy exigente, pedigüeño y
“malkiado”, y más aun sabiendo que todos mis pedidos son “oldenes”, quería
hacer una última recomendación a todos los padres especiales. “No permitan que
se cierre para sus niños el cielo que está en la Tierra”
Anibal
Barreto Monzon
Registro
Nacional del Derecho Autor No. 9754
viernes, 16 de noviembre de 2018
domingo, 11 de noviembre de 2018
sábado, 10 de noviembre de 2018
Casa del Escritor-Escritor Róga:
CAPULLITO
Los privilegios se adueñaron de mí desde el día de
mi gestación; mi madre, al enterarse de mi presencia en su vida, en el mismo
instante decía que se sentía diferente, que una extraña y hermosa sensación la
invadía. A partir de ese momento se iniciaron los preparativos para mi
nacimiento. Mamá comentaba con todas sus amigas que una pequeña rosa estaba
creciendo dentro de ella, que desde aquel momento todo es incomparable, que la
vida se volvió diferente. Por cierto, se sentía y se la veía diferente.
Orgullosa andaba, vivió inflada. ¿Seré yo la
primavera para mi mami? -Pensaba yo para mí adentro acurrucadito en ese
pequeño rincón de su cuerpo-. ¿Será esta la primavera? -Me preguntaba-. Pero
finalmente me dije, ¿de donde saque esa palabra primavera? ¿Será un invento
nomas? ¿Será mi fantasía? ¡Oh primavera! ¡ Oh primavera! –repetía innumerables
veces- pero sin saber su significado, además nadie me escuchaba y eso me daba
la libertad de ser monotemático. Para mi la primavera era sinónimos de flores,
de plantas, de jardines, tenia la impresión que significaba algo de la vida, en
fin, relacionada con cosas lindas, muy bellas. Desde el día que mi mami se
enteró de mi presencia dentro de ella, dedicaba un cuidado diferente a su
pancita, pues velando su panza sabia que me estaba cuidando y mimando. Mi
presencia en su vida le dio un ritmo diferente a su renovado andar. Sus amigas
le tocaban la panza, la acariciaban, pero no se daban cuenta que muchas veces
me tocaban los piecitos y otras veces me acariciaban la cabeza, porque yo era
muy inquieto y no toleraba quedarme en una sola posición ni medio segundo. Tan
mimado me sentía todo el tiempo. El día que naci se llenaron de flores la
entrada a la habitación donde estábamos, flores de todos los colores y me
encontré con una multitud de gente.
Todos me
miraban con una expresión extraña. Algunos con cara de compasión, otros
horrorizados, y los demás, en cambio, parecían más bien asustados. No entendía mucho lo que estaba
pasando, pero tenía muchas ganas de gritarles y mostrarles la lengua,
hasta quería morderlos. ¿Morderlos a mi edad? Me dije,
pero si no tenía ni un solo diente. ¿Y cómo iba a tener dientes si acababa de
nacer?; además no controlaba mis
movimientos. En realidad yo no era dueño de ninguno de mis actos.
Las
únicas personas que me miraban con una profunda ternura eran mi papá, mi mamá y
mis hermanitos. Mi mami, incluso se pasaba mimándome, haciéndome noni noni y mimitos en la cabeza. Pero en todos vi una mirada de compasión y tristeza; por lo visto ellos no sabían que
los niños que nacemos con la alteración genética a nivel del cromosomas 21
estamos dotados de dos privilegios: el primero, nuestra capacidad de concentrar
toda la atención, cariño y afecto hacia nosotros; el segundo, que somos los
únicos que al nacer ya sabemos que vivimos el doble de nuestra edad. Creo que
no van a entender esta última parte. Lo que
pasaba era que aún no me habían limpiado ni la sangre del cordón
umbilical y yo no podía ordenar y mucho
menos explicar muy bien mis ideas. Pero voy a tratar de hacerme entender.
Nosotros, para ponernos acorde a los tiempos que manejan los demás mortales,
cada momento de nuestra edad debemos multiplicarla por dos. Todos los que me
estaban mirando no se imaginaban que aunque tenía de nacido apenas treinta
minutos, ya tenía sesenta. No es muy significativo esto en números, porque los
adultos prefieren números grandes. Por ejemplo, les puedo demostrar agrandando
los números, haciéndolos más colosales: ahora mismo ya tengo tres mil
seiscientos segundos. Mañana a esta misma hora ya voy a tener ciento setenta y
dos mil ochocientos segundos, el doble de los otros que nacieron a la misma
hora. ¡Qué fantástica la vida para los que tenemos padres especiales!
Yo
no sabía si me escuchaba la gente que fue a verme en las primeras horas de mi nacimiento, pero yo les vi a todos e
intentaba comunicarme con todos ellos: es más, fui hasta prejuicioso, suponiendo que no querían
escucharme y que por eso no prestaban atención a lo que les decía.
Esta
alteración genética a nivel del par de
cromosomas 21 por lo visto es un verdadero problema para los adultos. Les pillé
in fraganti, cuando chusmeaban a espalda de mi mami; unos decían es down, otros
me llamaban mongólico y los demás decían simplemente es un nene especial. De
todos cuchicheaban, pero como aún yo no tenía nombre y solo mi mamá sabía cómo
me llamaría, era comprensible que se refieran a mi de diferentes maneras y
traté de entenderlos; por supuesto, les perdoné a todos, y mi perdón también
vale doble.
Pero
lo que aún no entendía es el poco interés que ponían a lo que les decía, y más
teniendo en cuenta el escaso tiempo que me asignaron para vivir en este
planeta. Lo lógico es que me prestaran más atención, porque también requiero el
doble de cuidado.
Yo creo que la única persona que no vio nada
especial en mí fue mi mami; para ella, todos los hijos les resultábamos iguales
y especiales. Es más; cuando fui creciendo ella se refería a mi diciendo “este niño lo único de especial que
tiene es que es más cabezudo que los otros”. Pero era consciente de que
necesitaba un estímulo adicional.
Estaba por cumplir un año cuando fuimos a un lugar
muy lindo, calculo que debía ser muy cerca del cielo, porque del cielo siempre
dicen que es muy lindo. Esto ocurría la tercera semana de mayo, uno o dos días
antes de mi cumpleañito, fuimos para la fisioterapia, así lo llamaban todos. No
me pareció muy lejos de mi casa; entramos por un portón grande y nos dirigimos
a un patio lleno de flores, árboles de diferentes tipos, era un jardín muy bien
cuidado y en medio de esa gran vegetación estaba un edificio muy colorido,
digamos que estaba pintado con los colores para los padres especiales o padres
con problemas. Entramos en aquel palacio. Parecía que íbamos ingresando a un
castillo de duendes y hadas; todos estaban preparadísimos para recibirnos. Mi
mami pagó un pequeño arancel en la caja e inmediatamente nos hicieron pasar a
un inmenso salón. Sin pensar mucho imaginé que sí estábamos en el cielo; no
pregunté por ningún santo por miedo a pronunciar mal las palabras y que no me
entendieran. El colorido salón daba una sensación de paz, los juguetes
parecían todos hermanos gemelos. A un
muñeco yo le podía sacar el bracito y colocarle al otro, todos calzaban en unos
y en otros; hasta a Pinocho le vi con la nariz normal. Estuve muy tentado en agrandarle la nariz porque no
le concebía con una nariz tan pequeña; parecía una copia de mi nariz: la tenía
tan achatada como la mía.
Nos hicimos amigos con Pinocho y en confianza me
pidió que le cambiara la nariz y le colocara de nuevo su narizota, porque esa
narizota fue la que lo llevó a la fama mundial. En realidad en todo nos
parecíamos: él como yo tenía exceso de piel en la nuca; orejas y boca pequeñas,
los ojos inclinados hacia arriba, manos cortas y anchas con dedos también
cortos; en fin, detalles o excusas para que no vean diferentes.
Juegos didácticos les llamaban unos, mientras otros
les decían equipos de estimulación. A casi todas las cosas se les podían llamar
de dos a tres maneras diferentes; es casi igual como me identifican a mí, como
ya dije, unos me dice down, otros mongólico y la mayoría, niño especial.
Cuando
empecé a frecuentar el cielo tenía las piernas finitas, perdón, todo el cuerpo
finito, delgadito, como Popotito, que “en plena lluvia no me voy a mojar”,
exactamente como la canción. Al principio nada hacía bien y empecé a dudar de
que el cielo fuera el lugar más apropiado para mí, pero al poco tiempo aprendí
a caminar y no pasó mucho para lograr chutar por primera vez una pelota. Por mi
apresurado aprendizaje ya “creían” que podría ir a practicar en alguna
selección de fútbol o que en el futuro podría ser una especie de “Pelé o
Maladona”.
Todo quería aprender rápido. El tiempo no jugaba a
mi favor, todo debía hacer apresuradamente.
Camino al cielo descubrí el beso. Me di cuenta de
que el beso era una forma de demostrar afecto. Ese día se lo di por primera vez
a alguien a quien quiero mucho y que no encontraba la forma de demostrarle mi
“quelel”: le entregué muchísimos besos a mi mami y traté de que fueran besos tiernos, entusiastas. Con cada beso que
daba le mojaba toda la cara y ella necesitaba una tonelada de pañuelos para
secarse, pero jamás se enojaba.
A los pocos días ya empecé a repartir besos a mis
hermanos, hermanas, tías, tíos y finalmente a todos los que llegaban a mi casa.
“Becho, becho”, le decía a la gente. Con el beso quería demostrar lo que soy, expresar mi afecto. Con cada beso
me sentía feliz. Besaba para demostrar mi cariño y hacer agradable y placentera
mi presencia. Cada día aprendía a besar de manera diferente y hasta aprendí a
besar la vida y quererla.
Las
primeras palabras que empecé a pronunciar enloquecían a mi papi, a mi mami y a
mis hermanitos, se mataban de risa por la forma en que las pronunciaba; hablaba
mal, pero era simpático. Frente a las personas extrañas, sin embargo, me
mantenía callado, casi no hablaba, tenía mucha "guargüenza".
En
mi casa me asignaban algunas actividades para el día; por supuesto, la mitad de
lo que correspondía a mis hermanitos que era mi entero.
Y
llegó el momento de ir a la escuela. El primer día me peleé con dos
compañeritos, a uno le mordí el dedo grande del pie en el arenero y al otro
simplemente le empujé y le eché. Cuando la maestra me increpó por el empujón
que le di al compañerito, yo simplemente le contesté “se caio soito noa. El
nene no hizo naa, se caio soito noa”. Pero no fue todo, también me peleé con la
profesora, porque no dejaba que me chupe unos chupetines que le había robado a
un compañero de otro grado. No me gustó mucho la escuela en el primer día, pero
mamá, que tenía una paciencia de santa, me habló e insistió mucho para volver y
hacer la experiencia del segundo día, y por cierto que ese día ya me fue mejor,
a mí y a los otros: ya no mordí, no pegué, ni robé a nadie, pero me bañé debajo
de una canilla de agua que estaba a la entrada del patio de la escuela. A nadie
le molestó mucho que me bañara allí; lo que le molestó al director fue que me
desvistiera totalmente para darme la “ducha” en pleno patio de la escuela.
Para
las personas grandes parecía que lo más importante era la edad; siempre
empezaban por preguntar la edad. “Pelo
kalamba digo, palake kielen taber mi elad”, les decía a los que insistían con
ese insignificante dato. No “kelia” hablar mucho de eso, tampoco “kelia pasar
el día contando mi elad”; no era lo más importante para mí.
Pero
mi mami hacía todo y de todo para que yo pasara lo mejor posible. El tiempo
pasaba y fui dejando de ser el “bebé”, aunque seguían tratándome como tal; para
colmo yo vivía muy apuradamente porque los días me costaban el doble y mi vida
era exactamente como el número siete de los juegos de azar, valía por dos.
Un
día el médico le dijo a mi mami que
tenía un problema en el corazón: que la pared que separa los aurículos no se
había desarrollado lo suficiente y que quedó un orificio muy grande; por eso mi
corazoncito bombeaba demasiada sangre a
mis pulmoncitos y que se me podía presentar una insuficiencia cardiaca, y
eso puede volverse muy “glave”.
Mi
mami se puso muy triste. Entonces yo le conté que era amigo de Pinocho, que le
había conocido en el cielo y que él tiene a su padre, don Gepetto, que es
carpintero. Pinocho me había contado, cuando le cambié la nariz, que su padre
era el carpintero más famoso del mundo y que podía solucionar los problemas más
complejos de la humanidad. Él podría fabricarme un nuevo corazón, si era eso lo
que se necesitaba. Insistí que precisaba hablar con Pinocho para que don
Gepetto, el carpintero, me fabricara un nuevo corazón. Fuimos con mi madre al
cielo y hablé con Pinocho; este, presuroso, llamó a su padre. Le conté a don
Gepetto mi problema y se puso inmediatamente en la tarea de fabricarme un
corazón nuevo. En el menor tiempo posible, antes de que cante el gallo ya tenía
desarrollando un nuevo corazón. Pero quería saber –y eso me preocupaba en
cierta manera- qué garantía ofrecía el corazón fabricado por don Gepetto, y
éste con una firmeza absoluta me aseguró que el material usado por él para la
separación de los aurículas era de petereby, una madera incomparablemente
resistente a todos los embates y subidas de presión que se conoce en el campo
de la patología general. “Es más -me dijo-, para tu tranquilidad el corazón que
yo fabrico está bloqueado para las guerras y otras calamidades inventadas por
el hombre; eso sí, estos separadores auriculares de petereby son muy sensibles
al amor, al afecto y a la ternura, y cuenta con un chip rastreador de soluciones a los múltiples
problemas no resueltos aun por la humanidad”. “No tengo una garantía escrita
-me siguió diciendo con mucha humildad; - pero en la Tierra se conoce mi
trabajo y está a la vista de todos, y con dolor debo reconocer que son pocos
los que siguen con este trabajo, y son contados los hombres sensibles; humanos
y tan buenos como Pinocho: ESTE CORAZON TE DURARA EXACTAMENTE TODO EL TIEMPO QUE NECESITAS VIVIR, QUE ES TU EDAD
MULTIPLICADO POR DOS”.
Pasó
el tiempo, dos o tres décadas o tal vez más, hasta que un día me di cuenta de
que el nuevo corazón fabricado por don Gepetto se estaba poniendo viejo,
empezaba a “dormirse y a cansarse con el paso de los años y que se acercaba el
final de sus valiosos latidos. Consciente de ello y presintiendo el fin de mi
viaje en la vida terrenal, me puse en la hermosa tarea de “escriblir una calta”
de despedida dirigida a todos los padres especiales del planeta. No quería
perder la oportunidad de decirles que mi estadía en la Tierra fue muy buena,
que fui criado y educado en un capullito de algodón y que sería muy injusto que
yo no reconociera este tercer privilegio, y como soy muy exigente, pedigüeño y
“malkiado”, y más aun sabiendo que todos mis pedidos son “oldenes”, quería
hacer una última recomendación a todos los padres especiales. “No permitan que
se cierre para sus niños el cielo que está en la Tierra”
Anibal
Barreto Monzon
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